Para aquéllos que comienzan su
camino intelectual por el distributismo, puede que el nombre de E. F.
Schumacher no resulte muy familiar. A pesar de que fue capaz de resolver muchas
de las objeciones que se habían hecho al distributismo y de hacer posibles
los principios que lo fundamentan, no es tan conocido como otros autores
clásicos como Chesterton, Belloc o Vincent McNabb. El objetivo de este primer artículo
es dar a conocer a este autor que ha sido fundamental en el renacimiento del
distributismo en la segunda mitad del s.XX gracias a su obra Lo pequeño es
hermoso. Este post es la primera de las dos partes en las que se expondrán
la biografía y la evolución del pensamiento de Shumacher.
Schumacher nació en Bonn en 1911
y estudió economía en Inglaterra en el New College de Oxford, entre 1930 y
1932. Con 22 años obtuvo una plaza como profesor de economía de la Universidad
de Columbia, en Nueva York. Sin embargo, sus inquietudes intelectuales y
personales no se satisfacían con la mera teoría económica, por lo que decidió
volver a Alemania y vivir la economía: fue empresario, granjero y periodista.
En 1937 empezaría a trabajar como asesor de la Comisión de Control Británica .
Su travesía ideológica se inició
poco después de la guerra, como consecuencia de su desilusión respecto a la
teoría económica marxista. A principios de 1950, viajó a Birmania, donde su
pensamiento económico sufriría una tremenda transformación. Su encuentro con el
enfoque budista de la economía le ayudó a descubrir que la postura económica de
Occidente en materia económica procedía de criterios puramente subjetivos y que
se basaban en las tesis filosóficas del materialismo. Por ello, intentó ir más
allá de las teorías económicas que había aprendido en busca de alternativas.
Como economista desarrolló un enfoque metaeconómico similar al enfoque metahistórico
del historiador Christopher Dawson.
Según Shcumacher, los economistas
modernos “por lo general, padecen una
especie de ceguera metafísica al considerar que la suya es una ciencia de
verdades absolutas e invariables en la que no existen supuestos”, pero “la economía es una ciencia derivada que
admite instrucciones de lo que yo llamo metaeconómico. Cuando dichas
instrucciones varían, varía también el contenido de la economía.”
Tomando como ejemplo el concepto
de trabajo, Schumacher comparaba la actitud de los economistas occidentales con
los de sus homólogos budistas. Para los occidentales, el trabajo era un mal
necesario para obtener bienes, que estaban por encima de la persona, porque es
una economía centrada en el concumo, por delante de la actividad creativa. Esto
significa que se pone el énfasis, no en el trabajador, sino en el producto de
su trabajo. Sin embargo, el budismo consideraba que las funciones del trabajo
eran otras: proporcionar al hombre la oportunidad de utilizar y desarrollar sus
facultades; capacitarlo para superar su egocentrismo uniéndolo a otras personas
en una labor común; y obtener los bienes y servicios necesarios para una vida
digna.
Estas ideas son similares a las
propuestas de los distributistas ingleses del primer tercio del s.XX. Lo más
importante, es que Schumacher descubrió que la economía tenía su origen en
premisas filosóficas o religiosas. Como consecuencia, no sólo comenzó a ver la
economía bajo una perspectiva totalmente nueva, sino que también vislumbró la
crucial importancia de la filosofía para entender la economía y la vida en
general.
Tras su viaje a Brimania, ala
volver a Londres, Schumacher concentró sus esfuerzos en una investigación
exhaustiva del pensamiento crsitiano, especialmente, de Santo Tomás de Aquino y
de escritores contemporáneos como René Greenon y Jacques Maritain. También emprendió
la lectura de los místicos cristianos y
de la vida de los santos.
En mayo de 1957, Schumacher hizo
pública por primera vez su nueva orientación en el transcurso de una
conferencia radiofónica en la que criticaba el célebre libro de Charles Frankel
En defensa del hombre moderno. La conferencia se titulaba “La
insuficiencia del liberalismo” y consistía en una exposición de lo que él
denominaba “las tres etapas del desarrollo”:
- . El primer gran salto se dio cuando el hombre pasó del estado de primitiva religiosidad al del realismo científico, que es el estado en el que suele encontrarse el hombre moderno.
- . Más tarde, los que se sintieron insatisfechos por el realismo científico, cuyas deficiencias les resultaban patentes, descubrieron que detrás de los hechos y la ciencia existe algo más. Esta gente ocupa un plano superior que Shumacher denomina tercer estadio.
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