jueves, 9 de junio de 2016

Bibliografía distributista. Parte II

El dominico Vincent McNabb fue un incansable orador y un prolífico escritor que trató multitud de temas en sus obras: teológicos, económicos, de actualidad...En este tercera entrega de nuestra Bibliografía distributista, nos centraremos y los libros que publicó en torno a la organización económica de la sociedad. 
  1.  The Church and the land (1927): esta obra es una colección de ensayos, alrededor de cuarenta, en los que habla sobre industrialismo, moral y economía, condiciones laborales o el papel del Estado en la defensa de unas condiciones económicas apropiadas.
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  3. Nazareth or social chaos (1933): en este escrito examina la vida urbana e industrial. en ella sostiene que la vida de la ciudad tiene un efecto nocivo para la naturaleza, la comunidad, la familia y el espíritu. Frente a ello, McNabb ofrece huir al campo, en busca de una vida que no esté dominada por la tecnología y los esquemas artificiales, sino por las fuerzas de Dios y la naturaleza.
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  5. Old Principles and New Order (1942):  un compendio de ensayor escritos a lo largo de veinte años en los que refleja su pensamiento en torno al comunismo, la crisis de los años 30 y en el que incluye algunas recomendaciones. Como dice en us introducción, este libro descansa sobre tres pilares:
    • Ciertos principios morales y dogmáticos: entre ellos está la existencia de Dios, a quien se debe amar y servir, amando y sirviendo a nuestros semejantes; la familia como unidad de la vida social; evitar poner al hombre medio en situación de pecado en el ambiente en el que vive; y, por último, eliminar esta situación de pecado huyendo de la ciudad.
    • Ciertos hechos innegables: en la ciudad industrializada es imposible que se desarrolle una vida familiar normal.
    •  Ciertas propuestas prácticas: crear un Movimiento Rural Católico, promover la colaboración entre los agricultores y los artesanos organizando grupos contemplativos cuya principal oración sea su propio trabajo.
Como se puede ver, estas propuestas coinciden con las líneas generales del pensamiento distributista. Aunque estas obras son antiguas, se pueden encontrar reeditadas por IHS Press y, en el caso de Old Principles and New Order, se puede leer en línea aquí.

miércoles, 1 de junio de 2016

Vincent McNabb. El fraile que predicaba en Hyde Park.


Durante el mes de Junio el blog se centrará en la figura del dominico Vincent McNabb, uno de las figuras más representativas del distributismo a principios del a.XX. Aunque, en su momento, fue ampliamente conocido, hoy su perfil queda algo ensombrecido por la gran relevancia que tienen Chesterton y Belloc. Con este especial esperamos acercar a este gran personaje a los distributistas del s. XXI, porque merece la pena que lo conozcan por lo mucho que se puede aprender de él.

La biografía que presentamos a continuación, fue publicada originalmente en el blog, Liga distributista, al que agradecemos que nos haya dado permiso para reproducirla.


Joseph McNabb nació el 8 de Julio de 1868 en Portaferry, Condado de Down, Irlanda, a pocos kilómetros de la tumba de San Patricio, aunque poco después se mudaron a Belfast. Era el décimo de once hermanos, hijos de “un maestre de buque mercante (para darle su título de nobleza) y una costurera”. Su padre pasaba tanto tiempo en el mar, que pocos recuerdos dejó al pequeño. Pero, en cambio, su madre, quien de joven había trabajado en Nueva York en una tienda por departamentos, era la heroína de los hermanos McNabb. En Eleven, thank God! (Once, ¡gracias a Dios!), que fue una especie de recopilación de recuerdos de la niñez, dedicada a su madre, McNabb cuenta cómo además de criar su numerosa prole, ella tenía tiempo para atender enfermos limpiando sus hogares y asistir en las obras de caridad de la parroquia.
Pronto Joseph asistió como pupilo a la escuela del St. Malachy’s College, seminario diocesano de Belfast. Cuando nuestro biografiado tenía 14 años, los McNabb se vieron forzados a emigrar a Inglaterra, asentándose en Newcastle-upon-Tyne, donde el padre obtuvo un trabajo. Hasta los 16, el joven Joseph regresaba regularmente a St. Malachy’s, donde permanecía por el resto del año lectivo. Sin embargo, las vacaciones con su familia en Newcastle fueron suficientes para que el adolescente conociera a los frailes dominicos que atendían la parroquia local.

Pasó un año en la escuela St. Cuthbert’s de Newcastle, pero ya estaba decidido. El 10 de noviembre de 1885, tras una difícil y paciente persuasión de su padre, ingresó al rudimentario noviciado de la Orden de Predicadores enWoodchester, Gloucestershire. En honor de San Vicente Ferrer, adoptó el nombre de religión Vincent, con el cual será recordado. Tras un noviciado brillante en logros académicos, fue ordenado sacerdote en septiembre de 1891, poco después de cumplir 23 años. Y viajó a Bélgica, para estudiar en la Universidad de Lovaina, siguiendo el ejemplo de otro dominico de su Provincia, el P. Humbert Everest. Allí, en 1894, obtuvo el grado de Lector en Sagrada Teología.

Durante sus 58 años como dominico, McNabb vivió en Inglaterra, su segunda patria. Alguna vez dijo que amaba a Irlanda como su madre y a Inglaterra como su esposa. Cuando el editor de The Catholic Times, periódico de la colectividad irlandesa de Manchester, le preguntó porqué no ayudaba más a sus compatriotas, le dijo que los ingleses también lo necesitaban y que eran tan víctimas como ellos de la Reforma.

En el convento de Hawkesyard, Staffordshire, a su regreso de Lovaina fue profesor de Teología para los novicios. Luego, fue el prior de ese mismo convento por seis años, antes de ser enviado a Londres como vicario de la parroquia-convento de los dominicos, St. Dominic’s. A continuación, fue prior del convento Holy Cross de Leicester por otros seis años.

Fue con este último cargo que debió visitar los Estados Unidos en la primavera de 1913. Sus conferencias de Nueva York le ganaron buena fama en este país y las iglesias católicas norteamericanas se lo disputaban como predicador. Posteriormente, regresó a Hawkesyard, esta vez como prior nuevamente.

Durante la Gran Guerra del ’14, se preocupó mucho por la suerte de los belgas, especialmente los inmigrados a Gran Bretaña. Terminada la contienda, el soberano de Bélgica lo hizo caballero.

También durante este tiempo, comenzaron sus problemas: personales y espirituales.
Podía leer y citar el Antiguo Testamento en hebreo, el Nuevo en griego y las obras de Santo Tomás de Aquino directamente del latín. En la pobreza de su celda, no había nada más que  un breviario, una biblia, las Constituciones dominicanas y una copia de la Summa.

Dormía en el piso de madera de su celda y leía y escribía —siempre a mano, con una letra siempre legible— de rodillas, en hojas que le regalaban y sino, en los márgenes de diarios, en sobres usados o en el reverso de cartas recibidas, que iba acumulando en una caja. Además, comía poco por culpa de su “estómago protestante”, según bromeaba.

La Santa Misa y el Oficio Divino eran algo a lo que el Padre McNabb no podía faltar. Y se enojaba con quienes consideraban el Rosario como una oración para principiantes.

Siendo prior en Hawkesyard, ayudó a bien morir a las poetas Katherine Harris Bradley y, su sobrina, Edith Emma Cooper (“Michael Field”).

Pero su ascetismo radical se proyectaba sobre sus frailes y algunos de éstos pronto se quejaron ante los superiores de McNabb por considerarlo inhumano. En 1917 renunció como prior para ir a Roma por breve tiempo, pero ya nunca más se lo pondría al frente de un convento.

Viajó, entonces, a Roma para tomar su examen ad gradum. Como reconocimiento del manejo que tenía de las ciencias religiosas —entre sus examinadores en Roma se contaba el P. Réginald Garrigou-Lagrange O.P. —, obtuvo la Maestría en Sagrada Teología.

A su regreso de Italia, fue designado profesor de Dogma en el noviciado dominicano inglés, antes de ser nombrado párroco de St. Dominic’s, en Cobbets, Londres. Allí, a los 52 años, pudo finalmente encontrar un ámbito apropiado para su labor de predicador, convirtiéndose, per accidentem —como dice uno de sus biógrafos—, en toda una figura del catolicismo inglés.

De sus tiempos de profesor, recordaban sus alumnos salidas como la siguiente: “Pensad en cualquier cosa si deseáis, pero por el amor de Dios ¡pensad!”.

En su tiempo, Blackfriars, el periódico de los dominicos de Oxford, era muy leído, incluso (quizá más) por gentes extrañas a la fe católica. Allí también escribió regularmente el Padre McNabb, donde aparecieron algunos de sus más famosos ensayos.

Como Santo Domingo, caminaba a todas partes, con su hábito tejido por sus amigos de Ditchling, sus botas militares, su capa raída y un saco de loneta donde cargaba la Vulgata, el breviario y algún que otro libro que fuese a necesitar. Incluso llegaba admirar a otro gran caminante, su amigo Hilaire Belloc —récord de caminata entre Londres y Oxford—.

En 1941, cuando cumplió el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal, quiso viajar a pie hasta Roma siguiendo el trayecto que Belloc hizo a los 31 años y cuenta en The Path to Rome. Pero su provincial, atendiendo a los 68 años de McNabb, se lo prohibió, obligándolo a tomar el tren y el ferry. En esa oportunidad declaró que en esta vida sólo hay tiempo para pelear, pero que hay una eternidad para disfrutar de los amigos, y él los tenía en abundancia: Belloc y Chesterton, Blunt, Chute, Gill y Pepler, y tantos otros pobres desconocidos.

Verlo con su hábito y capa al viento, caminando hacia el Hyde Park, la Parliament Hill, la Universidad de Londres o algún teatro, donde iba a sostener alguna de sus famosas polémicas, lo convertía en un excéntrico personaje del siglo XIII en pleno siglo XX.

Con dificultades para decir que no, colaboró con entusiasmo en todas las obras católicas que aparecieron en la Inglaterra de su tiempo, tiempo que muy fértil en obras católicas. Acompañó a la Catholic Evidence Guild, grupo apologético animado por los esposos Frank y Maisie Ward de la célebre casa editorial católica, en sus debates de Hyde Park o Parliament Hill.

Lejos del polemismo agrio de tanto apologeta al uso, el Padre Vincent conquistaba a su audiencia con humor y respuestas sagaces, como aquella mujer que le gritó: “Si fuese su esposa, le pondría veneno en el té”; a lo que él respondió: “Pues, señora, si yo fuese su esposo, me lo bebería.” O en aquella oportunidad en una audiencia pública ante la Cámara de los Comunes cuando un grupo de expertos médicos proponía esterilizar a grupos de pobres miserables que vivían en condiciones que los podrían convertir en degenerados. Alzó la voz y sentenció: “Como experto en Moral, certifico a ustedes —señalando al grupo de médicos— como degenerados morales.” La asamblea estalló en risas y aplausos.

No pocas veces fue invitado a conferenciar ante una audiencia anglicana y apoyó varias asociaciones de anglo-católicos urgiéndolos a una pronta reunión con Roma.

También la creación de la comuna de Ditchling, se debió —al menos en parte— a su influencia, diciendo Misa en su capilla, cada vez que los visitaba. Aunque cierto “vedetismo” de sus artistas, lo iría alejando del proyecto, a medida que sus protagonistas se alejaban del ideal original.

Fue, asimismo, uno de los líderes del movimiento Back-to-the-Land (De Regreso al Campo), que buscaba aliviar la durísima vida de los barrios obreros, mediante la creación de comunas rurales autosuficientes. “La ciudad —afirmó rotundamente en su clásico The Church and the Land (La Iglesia y el campo) — es la tumba de la religión, y la era de la máquina es la condena de la humanidad.” Así impulsó también el Distributismo, junto a Chesterton y Belloc, recordando que la Economía es un capítulo de la Ética y que sin moral queda desenraizada.

En una ocasión predicaba en Hyde Park, “vuestra vida es una locura, debéis liberaros, dejad Londres y volved a la naturaleza”. Cuando alguien le preguntó, “¿cómo se supone que lo haremos?”, sólo respondió: “caminando”.

Abominaba de todo tipo de máquina, incluso la de escribir puesto que temía empeorar su cuidada letra cursiva —cosa que nosotros, en la era del “mouse” y el teclado de computadora bien sabemos—. Y Belloc, siempre fascinado por los mecanismos, cuanto más complicados mejor, solía intercambiar bromas con él al respecto.

No sólo teorizó sobre estos temas, sino que los puso en práctica. Con la ayuda de algunos frailes, convirtió el jardín de Hawkesyard en una huerta que permitía alimentar no sólo a los dominicos del convento sino a los pobres de la zona.

Los pobres fueron siempre su principal preocupación. Incluso las colectividades judías de Whitechapel y de todo el East London, lo reconocían con afecto y esperaban sus visitas. Hay cientos de anécdotas sobre McNabb y sus obras de caridad “uno por uno”, sólo conocidas por él, sus beneficiarios y Dios.

Anécdotas como la de aquel pobrecillo del barrio de St. Pancras, cuya esposa e hija (católicas ellas, él no) habían muerto y por las que el Padre Vincent dijo la Misa de réquiem y pagó las flores del funeral, que quiso forzar al viejo dominico a tomar un taxi que lo devuelva a su convento en medio de una terrible tormenta. “Bienaventurados los pobres. Pocas cosas me han conmovido más que esa. A pesar de su miseria, me ofrecía pagar el viaje. Imaginemos eso de alguien que no tiene fe. ¿Qué voy a hacer cuando lo vea de nuevo? Besar sus pies sería indigno de él. Rezaré… para que Dios le dé el consuelo de la fe.”

Durante meses, quizá años, de camino a Parliament Hill, limpió semanalmente la habitación de una anciana postrada, en un mísero edificio cercano a Camden Lock. Como otras muchas de sus obras de caridad a escala humana, sólo se conoció tras su muerte.

Con el cuerpo debilitado desde hacía décadas y con problemas en la garganta, siguió predicando hasta el fin de sus días. Murió en la parroquia St. Dominic de Londres el 17 de junio de 1943. Un tiempo antes, el 14 de abril, su médico le avisó que ya no le quedaba mucho de vida pues tenía un tumor incurable en la garganta.

Siempre fiel a su estilo, dijo a las Hermanas de la Misericordia un par de días después, en su sermón luego de predicar sobre la Pasión y Muerte de Nuestro Señor: “Ahora, queridas hermanas, tengo una muy buena noticia para ustedes. Ésta es la última vez que estaré hablando en esta capilla ante ustedes. Saben que en estos tiempos —en medio de la Segunda Guerra Mundial— todos son llamados… ¡Yo también he sido llamado!... ¿Y para qué? Para encontrarme con el Rey de Reyes, y no por una vida sino ¡para la Vida Eterna!”
En otra oportunidad, consolaba a un interlocutor: “No veo por qué deberíamos hacer una tragedia de todo esto. Es para lo que me estuve preparando toda mi vida. Estoy en manos de mis doctores o, mejor, en las manos de mi Dios.”

En la mañana del 17 de junio llamó al prior hasta su celda, donde se encontraba sentado en una silla de paja (aún no podían convencerlo de recostarse en una cama). Cantó el Nunc Dimitis por última vez, se confesó con el padre prior, renovó sus votos religiosos y, a continuación, entregó la condecoración de caballero belga y su anillo como maestro en Teología. Durante hora y media perdió el conocimiento, suspiró y se durmió para siempre.

Su cuerpo fue expuesto, portando el hábito blanco, durante tres días en la Capilla de la Virgen del convento de Santo Domingo en Londres, mientras una multitud de jóvenes y ancianos, pobres y ricos, pero especialmente pobres, desfilaban para dar su último adiós. El lunes 21 de junio tuvo lugar la Misa de réquiem en St. Dominic’s, mientras las calles de los alrededores se encontraban completamente cortadas de tanta gente allí reunida. Siguiendo sus deseos, fue enterrado en un cajón simple con una cruz negra pintada encima. Una muchedumbre acompañó el cajón hasta el Kensal Green Cemetery, a pesar de los peligros en esos tiempos de guerra.

“Me pone nervioso escribir aquí lo que realmente pienso del Padre Vincent McNabb —remarcó G. K. Chesterton en su prólogo a Francis Thompson and Other Essays de McNabb— por temor a que de alguna manera me lo censure. Pero diré breve y firmemente que él es uno de los pocos grandes hombres que he conocido en mi vida; que él es grande en muchos sentidos: mental, moral, mística y prácticamente… Nadie que alguna vez haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo podrá olvidar.”

Por su parte, Hilaire Belloc publicó en Blackfriars, tras el fallecimiento del P. McNabb: “La grandeza de su personalidad, de su enseñanza, de su experiencia y, sobre todo, de su juicio, se destacaba totalmente por encima del mundo cercano a él… El aspecto más destacable de todos era el temperamento de santidad… Puedo escribir aquí desde una experiencia personal e íntima… He conocido, visto y sentido la santidad en persona… He visto la santidad a pleno en los muy domésticos caminos de mi vida, y el recuerdo de esa experiencia, que es también una imagen, me sobrepasa ahora que escribo — tanto me sobrepasa que ya no hay nada más que decir”.

Monseñor Ronald Knox, quien de alguna forma era tan distinto, dijo, cuando se le consultó acerca de la posibilidad de iniciar un proceso de beatificación en los años ’50, “el Padre Vincent es la única persona que yo he conocido respecto de la cual he sentido, y lo he dicho más de una vez, ‘él te da la idea de cómo deben ser un santo’. Había una especie de luz en torno a su presencia que no parecía ser de este mundo”. En una oportunidad, según contaba Bernard Wall, luego de un almuerzo al que Knox lo había invitado, el dominico se arrojó a sus pies y los besó —según una antigua práctica dominica para agradecer a un buen anfitrión—.

The Chesterton Review - Father Vincent Mcnabb - Feb 1996
Su obra, entre escritos completos y recopilaciones de sus numerosos artículos y charlas, es vastísima: conferencias sobre la oración, la fe, la razón y Tomás de Aquino, textos apologéticos, catequesis para niños, ensayos sobre Distributismo y agrarismo, ensayos de filosofía y Tomismo, poesía y cuentos, crítica literaria, biografías y hagiografías, estudios sobre la guerra y el orden mundial, entre muchos otros tópicos.
Pocos se han atrevido a escribir una biografía completa. El dominico Ferdinand Valentine, que apenas conoció al Padre Vincent, intentó escribir la “oficial”, The Portrait of a Great Dominican (Retrato de un Gran Dominico), pero —en realidad— se limita a una cuasi exculpación psicológica de cosas que no entiende y no comparte de su biografiado. Por su parte, es interesantísima la del ateo Edward A. Sidermann, With Father Vincent at Marble Arch, “enemigo” de McNabb en el Hyde Park, que no duda en expresar su admiración por su raro contendiente. En 1996 la Chesterton Review le dedicó un número especial. Poco antes, también Fidelity ocupó un número.

jueves, 28 de abril de 2016

E. F. Schumacher, un nuevo impulso al distributismo. Parte II.

En esta segunda parte de la biografía de Schumacher se expondrá el periplo intelectual que le llevaría a descubrir y renovar el distributismo y, poco después, el catolicismo.

A finales de los años 50, Schumacher enunció su teoría del hombre entendido como homo viator, es decir, el hombre como un ser creado  con un propósito y, puesto que ha sido creado con un fin concreto, tiene el deber de lograrlo, él es el único responsable de sus actos. Para nuestro autor, la falta de reconocimiento de este hecho en el mundo moderno constituía el origen de los males de la sociedad. Schumacher señalaría a Freud, Marx y Einstein como lo culpables de que el hombre moderno se niegue a reconocer su responsabilidad.

Entre 1959 y 1960, Schumacher pronunció una serie de conferencias en la Universidad de Londres. En ellas estudiaba las implicaciones políticas, económicas y artísticas del concepto del hombre como homo viator. Para él, éstas sólo tenían valor en la medida en que sirvieran para ayudar al hombre a alcanzar ese último plano de su existencia que es su propósito, su fin. Así, sostenía que, para el hombre moderno, que ignora el propósito con el que fue creado, la única función de la política, la economía y el arte es la de satisfacer su consumismo, sus instintos animales y su deseo de poder.

Durante estos años, la mayor parte de sus lecturas estaban relacionadas con su constante estudio del tomismo. Así, en una de las conferencias de la Universidad de Londres declaró que “para él, Santo Tomás de Aquino era importantísimo, tenía todas sus obras en su biblioteca”. También conocía en profundidad la obra de los neotomistas. Estas lecturas junto a las de otros autores como Thomas Merton iban acercándolo poco a poco a la Fe.

Otro frente que lo llevaría al distributismo y a madurar las ideas que desarrollaría en Lo pequeño es hermoso, fueron las encíclicas sociales de los Papas contemporáneos. La primera de estas encíclicas fue la Rerum Novarum, publicada en 1891 por León XIII. Su contenido se basaba en el principio de que las empresas económicas no eran, principalmente, unidades de producción, sino sitios en los que las se asocian, hombres libres y autónomos creados a imagen de Dios. Sin duda, ideas como ésta sonaban a música celestial en los oídos de Schumacher, quien había definido al homo viator como el centro mismo de la vida económica.

En junio de 1968, mientras Schumacher se encontraba en Tanzania asesorando al gobierno de Julius Nyerere sobre la mejor forma de aplicar las tecnologías intermedias para el desarrollo económico de su nación, su segunda mujer acudía al sacerdote católico de la localidad donde vivía para ser instruida en la Fe. El padre Sacarborough la atendió y le sugirió que comenzara yendo a misa con frecuencia. Así que, cuando Schumacher regresó de Tanzania, se encontró con que su esposa acudía a misa de forma regular y, en la primera ocasión que se le presentó, decidió acompañarla.

A pesar de haber seguido una dieta intelectual nutrida de escritores católicos de todas las épocas y de las encíclicas papales, no sabía nada de la liturgia vigente en la Iglesia: toda su experiencia del catolicismo era puramente teórica. Al asistir a misa por primera vez, se sintió fascinado por el espectáculo que se desarrollaba ante él.

A las pocas semanas, la Iglesia Católica ocupaba todos los titulares de la prensa y se convertía en el centro de la polémica  a raíz de la publicación de la encíclica Humanae Vitae por Pablo VI. En ellas se ratificaba la fe de la Iglesia en la santidad del matrimonio y el amor conyugal. El aspecto más controvertido era la condena del Papa del uso de los métodos anticonceptivos. Para Schumacher, esta postura fue de lo más coherente y aumentó su confianza en el papado. Por su parte, su esposa y su hija Bárbara pidieron su admisión en la Iglesia Católica. La suya no llegaría hasta 1971.

Poco después de estos acontecimientos, Schumacher comenzó a escribir dos libros: Guía para perplejos y Lo pequeño es hermoso. Aunque le parecía más importante el segundo, comenzó redactando el primero. Para escribirlo, recurrió a conferencias y artículos suyos anteriores a los que fue añadiendo algunos datos, actualizándolos y uniéndolos mediante nuevos párrafos.


Al poco tiempo de su conversión, entabló una sólida amistad con Christopher Derrick, escritor que trabajaba en la Universidad de Londres, con quien compartía la deuda intelectual que había contraído con los primeros distributistas: Chesterton o Vincent McNabb. En 1973 publicaría Lo pequeño es hermoso, su obra más influyente y con la que alcanzaría fama mundial, triunfando en ámbitos culturales muy dispares. La muerte le llegó en 1977  en su momento de mayor reconocimiento.

jueves, 21 de abril de 2016

El Estado servil, de Hilaire Belloc

El post de hoy nos trae una reseña escrita por nuestro colaborador Alfonso Díaz Vera que nso presenta una de las obras clásicas del distributismo: El Estado Servil, de Hilaire Belloc.

Hilaire Belloc fue uno de los más mordaces e incisivos críticos de las condiciones económicas y sociales de su época. De origen francés, católico e hijo de una importante activista social (Elisabeth Rayner Parkes), se educó en Gran Bretaña y llegó a ser miembro del Parlamento. Lo que observó durante su breve carrera política y su indignación ante las condiciones sociales de la Inglaterra de su época, le llevaron al ejercicio de un periodismo y un estilo de ensayo extremadamente crítico y muy inconveniente para las autoridades de su tiempo, llegando a tener serios problemas legales tras denunciar las actividades de algunos miembros del gobierno en el escándalo Marconi. Amigo íntimo de G.K. Chesterton, destacó en sus artículos y ensayos por su combatividad frente tanto al capitalismo de su tiempo como a los planteamientos teóricos de los socialistas fabianos. Al igual que su amigo Gilbert Keith, cultivó múltiples géneros literarios, destacando particularmente sus novelas y poemas. Su obra “Cautionary tales for Children” es considerada hoy en día como un clásico de la poesía infantil inglesa. Su particular estilo y su vehemencia le valieron, y aún le valen, calificativos como “antisemita” o “proselitista católico”. Christopher Dawson criticó, sin citar a Belloc, el apasionamiento de historiadores y ensayistas católicos, por considerar que contribuía a alimentar una imagen marginal y radical del catolicismo. Por el contrario, Friedrich Hayek, que apreciaba la obra de Belloc, menciona en su famosa obra “Camino de servidumbre” (1944) que “El estado servil”, escrita dos décadas antes del advenimiento del nazismo, explica más de lo que sucedió después en Alemania que la mayoría de obras escritas a posteriori.

Más interesante que la acogida que este libro tuvo en las décadas posteriores a su publicación, es el asunto de la validez o utilidad que algunas de las ideas principales del mismo pueden llegar a tener hoy en día. En un momento como el actual, en el que la crisis financiera iniciada en 2008 continúa socavando las bases del pensamiento económico hasta hace poco comúnmente aceptado, vuelven a cobrar actualidad ensayos que, como este, destacan por su crítica mordaz a las bases y principios que hay tras las propuestas económicas materialistas. Y es que Belloc no ve una diferencia sustancial entre el capitalismo y el colectivismo socialista. Para él ambos sistemas se caracterizan por una minoría (una oligarquía propietaria de los medios de producción en el caso del capitalismo y una élite de burócratas con control sobre las decisiones económicas en el caso del socialismo) que controla la economía, mediante la propiedad y/o el control del capital, dejando a la mayoría de personas sin otro medio de vida que el arrendamiento su fuerza de trabajo.

Tras definir adecuadamente los principales conceptos económicos que utilizará posteriormente en su estudio, Belloc realiza un agudo repaso histórico de la condición servil. Para él, la servidumbre característica de los tiempos paganos (recordemos que Aristóteles, posiblemente el hombre más sabio conocido de la antigüedad, no puso ningún reparo moral a la utilización de esclavos en la economía urbana y doméstica) fue disuelta temporalmente por el progresivo advenimiento del cristianismo, hasta quedar prácticamente abolida en la Europa cristiana de la Baja Edad Media. Estos logros fueron posteriormente malogrados, según Belloc, a partir de la denominada Reforma Protestante, que supuso en los países afectados, y peculiarmente en Inglaterra, la confiscación de gran cantidad de bienes en manos de la Iglesia o de régimen demanial, privando a quienes vivían de la explotación de esas tierras de su sustento y ayudando a constituir una oligarquía de grandes propietarios. Llegada la revolución industrial, esa oligarquía contaba con la acumulación de capital precisa para acometer las inversiones que las nuevas técnicas de producción fabril precisaban. La situación resultante de este proceso histórico sería: 
  1. Una clase dominante propietaria del capital
  2. Una mayoría de desposeídos que constituyen el factor trabajo necesario para producir riqueza al ser aplicado a ese capital.
Belloc caracteriza esta situación como de “equilibrio inestable”, debiendo por tanto ser reformada y sustituida por una de las tres siguientes soluciones estables: la solución colectivista (la propuesta, entre otros, por los socialistas fabianos); la solución servil (la típica de las sociedades paganas, que no cuenta con los condicionantes morales característicos del cristianismo); y la solución distributiva (de la que él es partidario, y que debe su nombre a la idea de una distribución lo más extensa posible de la propiedad, de manera que se minimice su disociación con el trabajo, que da lugar al servilismo). Su análisis continúa apuntando hacia el estado servil, al que conducen tanto el capitalismo como el socialismo, aparentemente la menos atractiva de las tres opciones, como resultado probable y lógico de la evolución futura de la economía y la sociedad. Basa su argumento en la tendencia entre los desposeídos a consolidar su condición de clase asalariada demandando al estado y a sus patronos precisamente aquello que les hace dependientes, más salario y más seguridad, en lugar de reivindicar el acceso a la propiedad, única fuente de libertad económica y política.

Pese al tiempo transcurrido, la lectura de este ensayo de Belloc conserva una frescura y una actualidad increíbles. La agudeza y profundidad de su análisis, unida a lo inquietante de sus conclusiones, promete no dejar indiferente a nadie. Entre otros méritos, anticipa efectos que se han dado mucho después, como la contratación unilateral que las grandes compañías imponen a sus clientes, lo que hoy en día denominamos “contratos de opción”, que se dan sobre todo en sectores como energía, banca y comunicaciones y en los que el consumidor tan solo tiene la opción de aceptar el contrato o renunciar a recibir el servicio. Belloc anticipó efectos como éste que, sin lugar a dudas, ponen al ciudadano corriente en una posición subordinada respecto de la gran empresa y el Estado. Por el contrario, el tono de sus conclusiones finales, un tanto apocalíptico, afortunadamente no ha sido confirmado por la evolución histórica de los últimos cien años, al menos en los países más desarrollados. Sin embargo, dejando a un lado las cuestiones de énfasis, su análisis sigue contiendo muchos elementos de aplicación más o menos directa a la situación actual.  Ante todo, consigue llamar nuestra atención sobre una cuestión que sigue siendo fundamental hoy en día: una economía que no está al servicio del ser humano da como resultado un ser humano que está al servicio de la economía.   

Autor: Hilaire Belloc.

Título original: The Servil State (1913). Traducción de Bruno Jacovella.

Editorial: El buey mudo, Madrid, 2010. ISBN: 978-84-937789-2-7.

Extensión: 196 páginas.

miércoles, 13 de abril de 2016

E. F. Schumacher, un nuevo impulso al distributismo

Para aquéllos que comienzan su camino intelectual por el distributismo, puede que el nombre de E. F. Schumacher no resulte muy familiar. A pesar de que fue capaz de resolver muchas de las objeciones que se habían hecho al distributismo y de hacer posibles los principios que lo fundamentan, no es tan conocido como otros autores clásicos como Chesterton, Belloc o Vincent McNabb. El objetivo de este primer artículo es dar a conocer a este autor que ha sido fundamental en el renacimiento del distributismo en la segunda mitad del s.XX gracias a su obra Lo pequeño es hermoso. Este post es la primera de las dos partes en las que se expondrán la biografía y la evolución del pensamiento de Shumacher.

Schumacher nació en Bonn en 1911 y estudió economía en Inglaterra en el New College de Oxford, entre 1930 y 1932. Con 22 años obtuvo una plaza como profesor de economía de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Sin embargo, sus inquietudes intelectuales y personales no se satisfacían con la mera teoría económica, por lo que decidió volver a Alemania y vivir la economía: fue empresario, granjero y periodista. En 1937 empezaría a trabajar como asesor de la Comisión de Control Británica .

Su travesía ideológica se inició poco después de la guerra, como consecuencia de su desilusión respecto a la teoría económica marxista. A principios de 1950, viajó a Birmania, donde su pensamiento económico sufriría una tremenda transformación. Su encuentro con el enfoque budista de la economía le ayudó a descubrir que la postura económica de Occidente en materia económica procedía de criterios puramente subjetivos y que se basaban en las tesis filosóficas del materialismo. Por ello, intentó ir más allá de las teorías económicas que había aprendido en busca de alternativas. Como economista desarrolló un enfoque metaeconómico similar al enfoque metahistórico del historiador Christopher Dawson.

Según Shcumacher, los economistas modernos “por lo general, padecen una especie de ceguera metafísica al considerar que la suya es una ciencia de verdades absolutas e invariables en la que no existen supuestos”, pero “la economía es una ciencia derivada que admite instrucciones de lo que yo llamo metaeconómico. Cuando dichas instrucciones varían, varía también el contenido de la economía.

Tomando como ejemplo el concepto de trabajo, Schumacher comparaba la actitud de los economistas occidentales con los de sus homólogos budistas. Para los occidentales, el trabajo era un mal necesario para obtener bienes, que estaban por encima de la persona, porque es una economía centrada en el concumo, por delante de la actividad creativa. Esto significa que se pone el énfasis, no en el trabajador, sino en el producto de su trabajo. Sin embargo, el budismo consideraba que las funciones del trabajo eran otras: proporcionar al hombre la oportunidad de utilizar y desarrollar sus facultades; capacitarlo para superar su egocentrismo uniéndolo a otras personas en una labor común; y obtener los bienes y servicios necesarios para una vida digna.

Estas ideas son similares a las propuestas de los distributistas ingleses del primer tercio del s.XX. Lo más importante, es que Schumacher descubrió que la economía tenía su origen en premisas filosóficas o religiosas. Como consecuencia, no sólo comenzó a ver la economía bajo una perspectiva totalmente nueva, sino que también vislumbró la crucial importancia de la filosofía para entender la economía y la vida en general.

Tras su viaje a Brimania, ala volver a Londres, Schumacher concentró sus esfuerzos en una investigación exhaustiva del pensamiento crsitiano, especialmente, de Santo Tomás de Aquino y de escritores contemporáneos como René Greenon y Jacques Maritain. También emprendió la lectura de los místicos cristianos  y de la vida de los santos.

En mayo de 1957, Schumacher hizo pública por primera vez su nueva orientación en el transcurso de una conferencia radiofónica en la que criticaba el célebre libro de Charles Frankel En defensa del hombre moderno. La conferencia se titulaba “La insuficiencia del liberalismo” y consistía en una exposición de lo que él denominaba “las tres etapas del desarrollo”:
  1.     . El primer gran salto se dio cuando el hombre pasó del estado de primitiva religiosidad al del realismo científico, que es el estado en el que suele encontrarse el hombre moderno.
  2.    .  Más tarde, los que se sintieron insatisfechos por el realismo científico, cuyas deficiencias les resultaban patentes, descubrieron que detrás de los hechos y la ciencia existe algo más. Esta gente ocupa un plano superior que Shumacher denomina tercer estadio.
Aquél programa obtuvo una amplia respuesta. Shumacher se sintió indignado cuando una periodista del New Statesman and Nation criticó su conferencia calificándola como típica de un “economista católico”. En aquella época no se sentía en absoluto cristiano y le molestaba que así se le considerase. Sin embargo, el desarrollo de su filosofía le iría acercando más y más la filosofía católica y al distributismo…

jueves, 31 de marzo de 2016

Bibliografía distributista básica. Parte I

En estos primeros artículos, nos proponemos dar a conocer las bases y los fundamentos del distributismo. Tras exponer sus principios y empezar a dar a conocer las biografías de algunos de sus autores más importantes, esta serie de posts tiene como objetivo dar a conocer los libros que sustentan la teoría distributista: desde los clásicos, hasta los más actuales.

Empezamos con las obras clásicas, los escritos de Chesterton y Belloc. Para el que se inicia en la aventura del distributismo, es fundamental conocer los escritos de Hilaire Belloc. Este historiador amigo de Chesterton resulta imprescindible y, aunque escribió incontables libros, los que mejor exponen el pensamiento distributista son los siguientes:
    •    El Estado Servil ( The Servile State). En la Introducción, el autor ya nos señala el objetivo de su libro: “Este libro ha sido escrito para sostener y probar la verdad siguiente: Que nuestra sociedad moderna, en la cual sólo unos pocos poseen los medios de producción, hallándose necesariamente en equilibrio inestable, tiende a alcanzar una condición de equilibrio estable mediante la implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de producción, para beneficio de los que los poseen. Con este principio de compulsión aplicado contra los desposeídos, tiene que producirse también una diferencia en su estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán divididos en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción; la segunda, sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su misma falta de libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades vitales y un nivel mínimo de bienestar, debajo del cual no caerán sus miembros.” Un análisis que coincide con lo que vemos hoy. Se pueden encontrar ediciones antiguas de segunda mano en español y una edición reciente en El buey mudo.
    •  La restauración de la propiedad ( An Essay on the restoration of property). En esta obra, Belloc  nos plantea los requisitos necesarios para poseer los medios de producción y construir un futuro distributista. Se puede leer gratuitamente en el siguiente enlace.


Chesterton es el siguiente gran autor que sentó las bases del distributismo. De él hemos hablado en un artículo anterior. En esta ocasión mencionaremos sólo dos de sus obras, aunque sus planteamientos distributistas se pueden encontrar en otros muchos libros y artículos que escribió:


    • Lo que está mal en el mundo (What´s wrong in the world). En esta obra, Chesterton hace una crítica de los fundamentos teóricos y las estructuras políticas y económicas de la modernidad, a la vez que defiende el hogar, la familia y la propiedad. Existen dos ediciones recientes en español, una publicada por Ciudadela y otra por Acantilado.
    • Los límites de la cordura (The outline of sanity). En esta obra se combina una crítica del capitalismo, con una defensa del distributismo entendido como una una sociedad más justa, donde la propiedad de los medios de producción esté distribuida adecuadamente, para que cada uno pueda vivir sin depender de las organizaciones, siendo así cada uno dueño de su propia trabajo. Se puede encontrar una edición reciente publicada por El buey mudo.

Hasta aquí llega el primer artículo en torno a la bibliografía distributista básica. En los siguientes, trataremos obras más recientes pero igual de interesantes.

jueves, 10 de marzo de 2016

G. K. Chesterton y el distributismo

Gilbert Keith Chesterton nació en Inglaterra en 1874 de Edward y Mary Louis Chesterton. Su familia paterna era anglicana y su familia materna era evangélica, aunque la familia acudía a los servicios de una iglesia unitaria. En realidad, la religión no jugaba ningún papel en sus vidas, era una convención más, algo que un buen ciudadano inglés debía hacer. En general, se adecuaban bastante al ambiente moderno de la época, puesto que poseían una mentalidad positivista. El matrimonio tendría otro hijo en 1879, Cecil, que sería el gran compañero de su hermano Gilbert.
Los años de formación de Chesterton comenzaron en 1881, cuando le tocó acudir a la escuela preparatoria. En 1887, entraría el St. Paul´s School, una escuela que gozaba de bastante prestigio y de la que saldrían otras figuras eminentes como Winston Churchill. El nivel de la escuela era alto, pero también se encontraba influido por el pensamiento de la época: el agnosticismo era la filosofía general del profesorado y el positivismo, la confianza en el progreso y el darwinismo, los valores en que formaban a sus alumnos.
El fin de los estudios pre-universitarios le pilló con el pie cambiado. Chesterton no tenía claro su futuro y decidió matricularse en cursos de Arte, Francés, Inglés y Latín en el University College de Londres. Sin embargo, su indolencia pronto le hará abandonar y, finalmente, sólo continuará con su vocación de pintor en la Slade School. Durante estos años, Chesterton vivirá inmerso en el ambiente bohemio, con una existencia errática y carente de objetivos. Nada hacía presagiar el rumbo que tomaría la vida de Chesterton en los años siguientes.
A través de la Literatura, de sus lecturas de Dickens, Stevenson, Browning y Whitman, se le abrió a Chesterton una realidad nueva. En 1896, entraría en su vida una de las personas que más ayudó por hacer de Chesterton lo que llegó a ser: su futura esposa Frances Blogg. Con ella entró en contacto con el cristianismo, en el que encontró el sentido de la vida y una base moral e intelectual para sus inquietudes sociales, que hasta ese momento había intentado saciar en los círculos fabianos.
Otro hito en su vida sería su amistad con Hilaire Belloc, un joven historiador de ascendencia francesa al que conoció en 1900. Belloc era católico (como lo sería Chesterton en 1925 tras su conversión) y junto a él formó un tándem intelectual que atacaría sin piedad las bases de la Modernidad. Entre sus principales caballos de batalla se encontraba el orden socioeconómico nacido de la revolución industrial. Lo que comenzó como una crítica a las propuestas capitalista y socialista acabaría derivando en la proposición de una nueva filosofía socio-política basada en la doctrina social de la Iglesia (en concreto, la Rerum Novarum escrita por León XIII en 1891) y en el orden económico tradicional.
Los primeros escritos distributistas proceden de “una famosa disputa mantenida entre finales de 1907 y principios de 1908 por Belloc y Chesterton en la revista New Age, editada por el socialista fabiano inglés A.R. Orage, en que los dos autores discuten con G.B. Shaw y H.G. Wells sobre capitalismo, socialismo y distribución de la propiedad. En esta disputa se sientan las bases del distributismo, que en años subsiguientes,de  forma tímida en la revista The Eye Witness (editada por Cecil Chesterton, hermano de G.K. Chesterton y Hilaire Belloc), y luego con más intensidad en el semanario G.K.´s Weekly, sería desarrollado por una serie de autores, siempre bajo el liderazgo intelectual de Chesterton y Belloc”.(SADA CASTAÑO, Daniel: El distributismo inglés en el primer tercio del s.XX. Fundación Universitaria Española). En 1910 aparecería la primera obra que se puede llamar distributista: Lo que está mal en el mundo, de Chesterton. En 1913, Belloc publicaría la obra de referencia del distributismo: El Estado servil, donde aparece por primera vez el término distributismo.
A partir de 1925, el distributismo pasó de ser una teoría a ser un movimiento social que se organiza alrededor de la Liga distributista, fundada en 1926. El órgano de comunicación de la Liga era el semanario G.K.´s Weekly, editado por Chesterton, que utilizó así su fama como literato, periodista y polemista para extender las ideas distributistas. En esta publicación participarán los principales teóricos del distributismo, como el Padre Vincent Mc Nabb o Eric Gill. En esta revista, Chesterton firmó más de cuatrocientos artículos en torno al distributismo, que se sumaron a sus ensayos y obras literarias en los que abordó este tema como Lo que está mal en el mundo (1910), Los límites de la cordura (1927) o El regreso de Don Quijote (1926)

Durante sus primeros años, la Liga Distributista creció con rapidez, extendiéndose por todo el territorio de las Islas Británicas, alcanzando también Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Por desgracia, la Liga apenas sobreviviría a la muerte de Chesterton en 1936, aunque sus ideas no se apagarían y seguirían vivas en numerosas iniciativas como el Movimiento del Trabajador Católico de Dorothy Day y en intelectuales como E. F. Schumacher, llegando hasta hoy.